EL INSTITUTO

Instituto de Investigación en Producción y Enseñanza del Arte Argentino y Latinoamericano. IPEAL.

Director: Dr. Daniel Belinche


Si Occidente ostenta el mérito de haberse comenzado a preguntar acerca de los asuntos clave del arte y la poética, esa suerte de prólogo sólo pudo dilatarse a partir de una consagración con pretensiones universalistas que impuso condiciones y abortó recorridos potenciales. La cuestión latinoamericana y, en su interioridad, los alcances del arte en Argentina, resultan paradójicos. Varios investigadores, que serán citados en este breve texto, examinan problemas diversos que van desde la acústica de salas como política de estado hasta las implicancias didácticas en la enseñanza del lenguaje visual. Pero su interés no se refleja únicamente en el recorte temático. Se vislumbra, además, un enfoque particular que, de modo muy amplio, podríamos encuadrar como latinoamericano.
Las conquistas políticas y económicas de la última década permiten atisbar con más cercanía la quimérica idea de patria grande. A pesar de ello, vivimos un tiempo de aparente mutación instantánea que esconde la perennidad de tragedias sociales persistentes y endémicas. Algunas de esas tragedias tienen lugar en nuestro continente y sus causas fulguran como supervivencias. Aby Warburg (1866-1929) advirtió antes que nadie que la supervivencia era decisiva para intentar una aproximación antropológica y no lineal al arte de Occidente. Y luego Walter Benjamin en su célebre Libro de los pasajes se refiere a lo que él llama imagen dialéctica: “Todo presente está determinado por aquellas imágenes que le son sincrónicas: todo ahora es el ahora de una determinada cognoscibilidad. En él, la verdad está cargada de tiempo hasta estallar. (…)No es que lo pasado arroje luz sobre lo presente, o lo presente sobre lo pasado, sino que imagen es aquello en donde lo que ha sido se une como dialéctica en reposo. Pues mientras que la relación del presente con el pasado es puramente temporal, la de lo que ha sido con el ahora es dialéctica: de naturaleza
figurativa, no temporal. Sólo las imágenes dialécticas son imágenes auténticamente históricas, esto es, no arcaicas”.

Benjamin, sabemos, no era un latinoamericano. Pero debería haberlo sido. Interpeló con hondura la reciprocidad indisoluble entre lo pasado y lo presente, lo sagrado y lo secular, lo progresivo y lo disruptivo. Y en ese itinerario su pensamiento crítico no puede considerarse eurocéntrico. Es clave en cualquier ámbito que se proponga ahondar y reelaborar sistémicamente los caracteres que configuran la razón ontológica de un arte cuanto menos identificable en su acaecer y en su teoría. Aunque supervivir no es vivir. La proliferación de estudios acerca del pasado lejano de América podría llevar conjeturar una hipótesis indiscernible: sea cual fuere su forma más justa de designación, el imaginario es más pregnante en grado pretérito. El levantamiento de Tupac Amaru y su posterior asesinato nos sitúan cómodamente en una moral anti imperialista más que el Rock cantado en castellano. La gesta patriótica en las invasiones inglesas más que las tribulaciones frente a la penetración cultural vía internet. América parece ser lateralmente recordada y difícilmente percibida. Pero si Benjamín estaba en lo cierto, las imágenes dialécticas se exponen por la huella histórica que las remite al mundo actual.

Un asunto es, entonces, el pasado y su inscripción en el presente. Otro, adquiere carnadura en la misma formulación de la pregunta respecto de la identidad. ¿Es tangible hoy una identidad que pueda cobijar, en un campo tan escurridizo como el del arte, rasgos que posibiliten agrupar obras lejanas en apariencia como los planteos visuales de Viviana Debicki, Laura Belem, Liliana Porter o Ana González Rojas, la poesía de Juan Gelman y Alberto Muñoz, la música de Egberto Gismonti, Osvaldo Golijov, Gerardo Gandini, Juan Quintero o Chabuca Granda,la filmografía de Carlos Abeláez, Tomás Gutierrez Alea y Fernando Mirelles, o el teatro grupal colombiano?

Francisco Pesthana precisa que la identidad es “la relación existente entre dos o más entidades o conceptos que, siendo diferentes en algunos aspectos, se asemejan en otros”.El autor se pregunta si un proceso individual puede trasladarse a lo colectivo y legitima, en su posicionamiento, la vigencia y la potencialidad de este fenómeno en la idea de que no hay nacionalidad sin identidad. Lo colectivo pareciera ser uno de los rasgos salientes del arte latinoamericano. Incluso en una escala más acotada, en la dimensión de una territorialidad circunscripta a una nación, a un país, lo identitario no es sinónimo de homogeneidad. Da cuenta de una heterogeneidad macerada en procesos de transculturación laberínticos y sucesivos, que trascendían lo geográfico. La identidad permite considerar unidades con sentido hechas de materialidades heterogéneas.
Digamos algo más. Esa identidad no se conforma como una esencia metafísica inmutable sino como un devenir histórico y, por lo tanto, dialéctico. La pretensión de equiparar identidad con inmutabilidad responde a una vetusta ambición conservadora.

Sin embargo, pareciera imponerse una condición todavía inabordable para hablar de lo latinoamericano, para nombrar lo latinoamericano desde la apropiación de su circularidad, de su textura, de sus contrastes y sus perspectivas y de su capacidad de tolerancia al vacío, al silencio y al desplazamiento. Esas condiciones formales arrebatadas parecieran visibilizarse sólo desde los “contenidos” como la única vía para plasmar así un hábitat en el que lo abismal, lo híbrido, las mutilaciones infligidas entre lo indígena, lo afro y lo europeo y las transmutaciones dramáticas del mundo rural al urbano, pudieran prescindir de su dimensión simbólica para pertrecharse detrás del exotismo que vuelve extraño y lejano aquello que debiera ser cercano y propio.

Las prácticas del arte que suelen catalogarse, con esfuerzo y amplitud, como políticas, basculan entre la denuncia de los retratos de la dominación y la exaltación de los dominados. La superación de la salida individual es meritoria en su afán por saltar la valla de los museos para ocuparse de la vida social e incluso abandonar los perímetros de circulación impuestos por el modelo clásico. Sin embargo, como muy bien señala Ranciére , “se supone que el arte nos mueve a la indignación al mostrarnos cosas indignantes, (…) y que nos transforma en opositores al sistema dominante al negarse a sí mismo como elemento de ese sistema”. (…) pero “es preciso constatar que esa tradición sigue siendo dominante hasta en las formas que se pretenden artística y políticamente subversivas”.
La ruptura con un incomprobable orden natural al que se ha sometido durante siglos el arte americano, y, en su interior, el arte argentino (travestido habitualmente con una pátina europea) condice con la manifestación de lo que el mismo autor describe como “el conflicto de los diversos regímenes de sensorialidad” y pone en escena la cuestión experiencial y compositiva como diferencial de la escasa comunicación.

La tercera cuestión remeda la vieja y transitada pregunta ¿Qué hacer? La respuesta, en su infinitud, convoca a un acotamiento más modesto. ¿Por dónde comenzar? O, en línea con aquello que luego será dicho ¿Por dónde continuar? Argentina cuenta con una aceptable cantidad de institutos, centros y laboratorios que toman a América Latina como el ámbito que delimita su cuerpo de estudio. Entre ellos los Institutos de Historia del Arte Argentino y Latinoamericano de la UBA, de Integración Latinoamericana de la Universidad Nacional de Cuyo, Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano, y los Centros de Investigaciones de Arte Argentino y Latinoamericano, Centro de Estudios teórico-críticos sobre Arte y Cultura en Latinoamérica, ambos radicados en la Universidad Nacional de Rosario, el Centro de Estudios Migratorios Latinoamericanos y el Centro de Investigación de América Latina y el Caribe, entre otros. Estos organismos, dedicados a la investigación sobre el arte muy ocasionalmente incorporan en sus trabajos los contenidos afines a la pedagogía. En este recorte (el del arte y su enseñanza) sin abjurar de los campos concomitantes que realizan aportes invaluables, se pretende que la conjugación de esas contribuciones no se aparte de la centralidad de la ficción poética. Esa ficción, cuyos bordes limitan con lo incierto tanto como con lo real, no es concebida aquí como la
elaboración de un mundo imaginario opuesto al mundo real sino como el modo en que la presentación sensible y su enunciación generan operaciones, procedimientos, escalas, texturas y formas. Así, los vínculos nuevos entre lo aparente y lo real se vivifican. Y si la imagen (visual, sonora, corporal, audiovisual) es concepto y participa en ese proceso de simbolización que no tiene final, que siempre deja abierto un sentido y si, como afirma Cassirer, el universo del hombre no es un universo físico sino simbólico, y sus formas no se agotan en las formas lógicas, el arte tiene algo para decir acerca de la educación. Ella consiste, entre otras funciones, (o al menos debería consistir) en promover procesos individuales y colectivos de simbolización cada vez más complejos.

Ya señalaremos en los objetivos que las cuestiones aglutinantes de este campo atañen al proceso y la culminación de las producciones artísticas y las diversas tramas que asume su enseñanza. Los aspectos salientes del arte en Argentina y en América latina no responden a una matriz única. Su paso de una generación a otra es epigonal pero no necesariamente institucionalizado. Y con frecuencia está preñado por la tradición clásica europea. Pero es también notable cómo anidan representaciones, aún en el arte de circulación comercial, que desafían la idea del artista único e irrepetible, que acaecen a partir de formatos más horizontales, que no parten de una idea fija, que no portan con la carga de la universalidad, que se apartan de un tiempo lineal y homogéneo en el que las situaciones acontecen y de un espacio fijo en el que las cosas moran. Más bien cada espacio y cada tiempo es emergencia de una materialización concreta.

Argentina es una excepción en el contexto regional por la gratuidad extendida de su acceso en el nivel superior. Los avances en el resto de los países son lentos y espinosos. Siglos de autovalidación y prejuicios obturan los objetivos que van de la mano de estrategias de ampliación de derechos y retención de la matrícula, políticas y economías contra cíclicas y batallas culturales pendientes. Los grandes problemas que ocupan la agenda educativa en Argentina en Latinoamérica hoy, la inclusión, la democratización de sus sistemas, el conocimiento emancipado y al servicio del bien común, la relación entre educación y trabajo, la formación permanente de los docentes, los programas y becas que subsidian a estudiantes, artistas y científicos, han inquietado en distintos momentos históricos a pensadores y pedagogos. El sujeto pedagógico latinoamericano recién está configurándose. Para Simón Rodríguez, maestro de Bolívar, el núcleo fundante de la educación popular era la inclusión de los marginados y los pobres, los negros, los indios, los mestizos. La tradición liberal en Latinoamérica, fundadora de los sistemas educativos nacionales, lo concibió en las antípodas, mirando a Europa y a los Estados Unidos de Norteamérica. La máxima de Rodríguez “Inventamos o erramos” no hace más que confirmar el riesgo que se corre trasladando de manera lineal la experiencia de otros pueblos y latitudes. Mariátegui, Taborda, Freire son más cita dos en los programas que resignificados en las clases. La posibilidad de alcanzar síntesis enriquecidas, capaces de interpretar lo identitario sin recurrir a la estratificación de enfoques conservadores y naturalistas demanda nuevos conocimientos, su sistematización y divulgación. Pero, como señala Colombres, no hay que confundir este atributo (el de transformar la realidad) con la originalidad proclamada por el idealismo estético. Dice el autor: “(…) más que de una iluminación casi divina, se precisa de cierto tino o azar que permita dar en el núcleo de una necesidad colectiva ya experimentada (pues de lo contrario, toda obra caería en el vacío) pero aún no expresada por un paradigma. Las fantasías puramente personales, por más talentosas que resulten, podrán ser elogiadas por las elites pero no entrar en el territorio del mito”. Agregamos, tampoco entrar en la esfera de lo colectivo que expresa como pocas categorías a un continente en el que conviven 600 millones de personas y en el que nacen cerca de 30.000 niños por día. La mayoría de esos niños no reciben formación artística de ningún tipo y, cuando la reciben, ésta replica los modelos de los viejos y los nuevos imperios.

Las resistencias y experiencias lúcidas son aisladas. He aquí una cuarta orientación que guía nuestra propuesta: el intento por ensamblar las perspectivas teóricas y estéticas del arte argentino y latinoamericano y su transmisión pedagógica en los diferentes niveles del sistema educativo. Con ese fin, la Coordinación Pedagógica, creada recientemente con el propósito de articular la actividad docente en los niveles de grado y posgrado de la Facultad, se radicará en este Instituto.
Todo lo anterior permite inferir que contamos con una acumulación de investigaciones que es necesario registrar, conectar, sistematizar y proyectar hacia posibles caminos futuros. Algunas necesidades son de orden político y normativo: los proyectos de investigación, los tesistas de las tres carreras de posgrado que dicta la Facultad y los becarios (aquellos que aún no han sido acreditados) deben establecer sus trabajos en un Instituto o Centro o Laboratorio. Y, aunque las unidades referidas en la Facultad de Bellas Artes acopian contribuciones de indudable rigor académico, resultan escasas el campo de la investigación, la formación de recursos humanos calificados para abordarlas y su impacto en la vida social encuentran en ese reservorio una posibilidad de desarrollo capaz de irradiar positivamente en el dictado de las asignaturas y acompañar así los procesos de
integración locales y regionales que muestran mayores avances en el plano de la política y la economía. Entonces, el objetivo que persigue la creación del Instituto referido no es fundacional. Recoge una herencia institucional en un contexto muy favorable para la unidad latinoamericana, su independencia económica, su soberanía política y la legitimación de su arte y su cultura.